El presidente brasileño Luiz Inacio Lula da Silva despidió el año con una auspiciosa metáfora agropecuaria. «En 2025, vamos a seguir trabajando para convertir los sueños en realidad. Redoblaremos nuestros esfuerzos de siembra. Y tendremos una cosecha cada vez más generosa». Los medios suelen hablar de «Lula 3», como si se tratara de una secuela cinematográfica más que de su tercera experiencia en el Ejecutivo. Los dos primeros gobiernos transcurrieron entre 2003 y 2010. Volvió al poder como un bombero para apagar el incendio bolsonarista, enfrentó un intento de golpe de Estado a los ocho días de haber tomado posesión el 8 de enero de 2023, y termina este 2024 con logros sociales y económicos que no se han traducido en buenos resultados para el oficialismo en los comicios municipales ni se reflejan en las encuestas de opinión.
Lula es el líder de un partido de izquierda, el de los Trabajadores (PT), que encabeza un Gobierno de coalición de 18 partidos ladeado hacia el centro. Esta alianza heterogénea, que incluye también a la derecha, supone, según el analista Marcus André Melo, «un elevado coste de gestión». El exsindicalista lo sabe y por eso festeja especialmente el cumplimiento de algunas de las promesas electorales que lo devolvieron al Palacio Planalto.
De acuerdo con el Instituto Brasilero de Geografía e Estadística (IBGE), 8,7 millones de personas salieron de la pobreza y 3,5 millones de la indigencia durante 2023. El número da cuenta de un esfuerzo especial de las autoridades para recuperar el terreno perdido durante los años de Jair Bolsonaro. Las asignaturas pendientes siguen siendo enormes: existen todavía en Brasil 59 millones de pobres y 9,5 millones de indigentes. La economía ha crecido este año casi tres puntos. La inflación en estos 12 meses se ha situado por debajo del 5%. El IBGE ha reportado a su vez que el paro, del 6,1%, es el más bajo de la última década. La informalidad laboral es todavía alta, cercana al 39%, e impacta en la recaudación fiscal.